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viernes, 13 de noviembre de 2020

La gran nevada que sorprendió a España en plena canícula durante su segundo año sin verano

 


Los excepcionales temporales de nieve y lluvia de julio de 1932 tras la erupción del volcán Quizapú marcan un episodio climático insólito

Bronchales (Teruel), completamente cubierto de nieve el 19 de julio de 1932.
Bronchales (Teruel), completamente cubierto de nieve el 19 de julio de 1932.AYUNTAMIENTO DE BRONCHALES

Las crónicas del clima de España hablan de nevadas célebres, extraordinarias por su copiosidad o por inesperadas en lugares al nivel del mar. Sin embargo, una de las más singulares del siglo XX tuvo que ser la de 1932, causante de perplejidad no en tierras cálidas, sino entre los pobladores de serranías donde la nieve cae todos los inviernos. Su asombro no obedecía a la magnitud de la nevada, sino al día en que ocurrió: un 19 de julio, en plena canícula, el periodo en el que España suele soportar, un año normal, los calores más intensos.

Aquel día de 1932 el verano regresó al invierno para tapizar de blanco extensas zonas de montaña en la Península, entre ellas los Montes Universales, El Maestrazgo, la Serranía de Cuenca y, muy probablemente, también Gredos. En la sierra turolense de Albarracín cuajó generosamente y sin contemplaciones por encima de los 1.400-1.500 metros y muchos pueblos, como Bronchales y Terriente, vieron sus caseríos engalanados con un manto de nieve que en algunos puntos se dice que llegó a medio metro. La estampa de Bronchales, inmaculadamente níveo un mes de julio, quedó inmortalizada gracias a una foto que desde entonces se guarda en su Ayuntamiento y da fe de la envergadura del fenómeno. Tal vez sin esa imagen fuera difícil creerlo, pero su conservación atestigua la veracidad de una nevada excepcional que fue extensiva a decenas de pueblos españoles, incluido Morella, en el Maestrazgo de Castellón, a una altitud muy inferior.

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La verdadera singularidad del temporal fue su carácter generalizado, que recogen los boletines meteorológicos de la época, en los que queda patente la excepcional situación meteorológica. Realmente, lo sucedido del 17 al 20 de julio de 1932 fue el clímax de un periodo de precipitaciones abundantes y temperaturas anormalmente bajas e impropias para el verano de un país cálido como el nuestro. No resulta difícil vincular el extraño comportamiento de la atmósfera aquellas semanas de 1932 con la colosal erupción del volcán Quizapú, ocurrida tres meses antes, el 10 de abril, en Chile y considerada como una de las más importantes del siglo XX, con impacto directo sobre el clima de la Tierra.

Los efectos de la erupción fueron patentes no solo en el continente americano, sino también en el resto del mundo. En Chile, Argentina y Brasil toneladas de ceniza oscurecieron el cielo y sepultaron pueblos y ciudades, para extenderse en las semanas posteriores por diferentes zonas del Globo. Ya en julio, la prensa española recoge el testimonio de meteorólogos de la época vinculando las nubes de cenizas suspendidas en la atmósfera con el enfriamiento de aquellas semanas y la situación meteorológica. Probablemente se trató de un nuevo año sin verano, a menor escala, que recordó lo sucedido en 1816 en Europa por el enfriamiento planetario forzado por la erupción, un año antes, del volcán Tambora. Como esta, la del Quizapú de 1932 fue una erupción pliniana y forma parte del grupo de episodios volcánicos con consecuencias directas en el comportamiento del clima terrestre.

Los pueblos de El Maestrazgo y las serranías de Albarracín y Cuenca se cubrieron de blanco en medio del asombro de sus vecinos y veraneantes

Aunque el documento gráfico que se conserva en el Ayuntamiento de Bronchales es el mejor aval de la nevada del 19 de julio de 1932, el análisis de la situación general vivida en el conjunto de España refuerza la credibilidad del fenómeno, ampliamente recogido en la prensa de esos días. En los boletines del Servicio Meteorológico Español (como se llamaba entonces la actual Aemet) hay datos que despejan cualquier sombra de duda: aquel día estival en el que la nieve caía inesperadamente, las temperaturas fueron de pleno invierno en el resto de España. La máxima fue de 10 ºC en Ávila; en Cuenca, Guadalajara, Segovia, Soria y Teruel no se superaron los 11 ºC; Madrid y Huesca compartieron una máxima de 13 ºC y, lo más espectacular, la mediterránea Valencia no pasó de los 17 ºC. Una máxima de 17 ºC en la ciudad del Turia un 19 de julio parece un chiste vista en la actualidad, cuando son frecuentes noches tropicales con mínimas estivales que no bajan de 24 y 25 ºC y dificultan el sueño a sus habitantes.

Mapas meteorológicos del 19 de julio de 1932 (izquierda) y del 24 de diciembre de 1970 (derecha), este último durante el inicio de una de las mayores olas de frío en España. Con la salvedad de que uno es estival y el otro invernal, muestran una disposición atmosférica similar de advección de aire muy frío hacia España.
Mapas meteorológicos del 19 de julio de 1932 (izquierda) y del 24 de diciembre de 1970 (derecha), este último durante el inicio de una de las mayores olas de frío en España. Con la salvedad de que uno es estival y el otro invernal, muestran una disposición atmosférica similar de advección de aire muy frío hacia España.AEMET

Estas temperaturas diurnas, propias de un día de diciembre o enero, avalan el frío reinante sobre España y permiten extrapolar que las condiciones en las zonas de montaña y sus pueblos fueron invernales. Los 10-11 ºC de máxima registrados en capitales de provincia situadas entre 900 y 1.200 metros de altitud fueron acompañados en Teruel y Ávila de unas mínimas de entre 4 y 5 grados, respectivamente, por lo que en zonas más altas se dieron condiciones aptas para que nevara, a pesar de que el calendario sugiriera que España estaba en verano.

Los mapas de isobaras de esos días muestran una situación atmosférica atípica, más propia de las que se suelen dar en invierno cuando se producen en España invasiones de aire polar. En el mapa de superficie de aquel 19 de julio de 1932 se observa un gran paralelismo con situaciones propias de invasiones de aire polar en invierno, como la que se inició el 24 de diciembre de 1970 en una de las mayores olas de frío del siglo XX. En ambos mapas, una intensa corriente de aire frío llega hasta España arrastrada por centros de altas presiones en el Atlántico y bajas presiones sobre Escandinavia y otros puntos del continente europeo. La principal diferencia es que uno correspondía a una jornada canicular y el otro a lo más duro del invierno. Las temperaturas no empezaron a normalizarse hasta muy avanzado el mes de agosto.

Lamentablemente, el insólito temporal de nieve de aquel verano no fue algo aislado o anecdótico, sino que hay que englobarlo en el contexto del mes de julio climatológicamente más anómalo que podemos encontrar, en cuanto al régimen de precipitaciones, durante el siglo XX. Los mismos días que nevó en las serranías del interior y sus pueblos, la España mediterránea y su entorno sufrió uno de los peores temporales de lluvia registrados un mes de julio. Entre los días 17 y 20 se produjo un episodio de precipitaciones que descargó 121 litros en Tortosa, 115 en Castellón, 85 en Valencia, 74 en Tarragona, 67 en Zaragoza y 52 en Teruel.

Diario “El Sol” del 21 de julio de 1932, con el titular de las nevadas en la provincia de Teruel encabezando la página que informa de los temporales en España.
Diario “El Sol” del 21 de julio de 1932, con el titular de las nevadas en la provincia de Teruel encabezando la página que informa de los temporales en España.BIBLIOTECA NACIONAL DE ESPAÑA

Lo más significativo, sin embargo, es que todo julio de 1932 tuvo un carácter extremadamente lluvioso y, además del intenso temporal de mediados de mes, muchos observatorios batieron su récord de precipitación acumulada para el mes de julio, que continúa vigente en la actualidad. El dato más rotundo es el del centenario observatorio de San Sebastián-Igueldo, que en julio de 1932 recogió 232 litros por metro cuadrado de precipitación, muy repartida a lo largo del mes, ya que llovió muchos días. El de 1932 se mantiene también como el julio más lluvioso de su serie climatológica en Tortosa (186 litros por metro cuadrado), Barcelona (163) y Castellón (157). En Tarragona y Valencia el balance mensual fue de 140 y 115 litros/m2, respectivamente, valores todos ellos excepcionales para el clima estival del litoral mediterráneo, en el que lo típico es que julio marque el mínimo pluviométrico anual. En todos estos lugares se trata del mes menos lluvioso y algunos años no cae una gota.

El exceso de lluvia y las frecuentes tormentas causaron inundaciones generalizadas. Entre otros, se desbordaron los ríos Ebro, Gállego, Huerva, Jalón y Llobregat, que junto a la violencia de las tormentas causaron daños catastróficos en el campo español. La ruina en las cosechas del verano de 1932 evoca lo ocurrido en 1816 (el año sin verano) en buena parte de Europa por el tiempo frío y lluvioso que echó a perder los cultivos en muchos países. Tanto la erupción del Tambora, causante del desastre climático de 1816, como la del Quizapú en 1932, figuran entre las más violentas de los siglos XIX y XX

Fuente

https://elpais.com/ciencia/2020-11-13/la-gran-nevada-que-sorprendio-a-espana-en-plena-canicula-durante-su-segundo-ano-sin-verano.html

martes, 3 de noviembre de 2020

Las dudas del Azaña escritor

 


Tres cartas inéditas ilustran el empeño del expresidente de la República, de cuya muerte hoy se cumplen 80 años, en dar a conocer sus obras en Francia

Fragmento de una carta inédita de Azaña dirigida a su traductor Jean Camp.
Fragmento de una carta inédita de Azaña dirigida a su traductor Jean Camp.INSTITUTO CERVANTES DE TOULOUSE

17 de mayo de 1939. Collonges-sous-Salève, Francia. En una casona llamada La Prasle, Manuel Azaña toma su pluma y tacha la leyenda “Presidente de la República Española” bajo el escudo impreso en la cuartilla. Escribe a su traductor al francés, Jean Camp: “Respecto de las Memorias, siempre he tenido mis dudas acerca del interés que pudieran despertar en el gran público francés. Las observaciones de usted confirman mi desconfianza. La verdad, no sé qué hacer. Es ya un poco tarde para desistir de publicarlas. Si usted cree que su tenue literaria no es bastante decorosa, dígamelo, aunque el arreglo es ya difícil porque estando ya medio traducidas, ni puedo reescribirlas, ni variar el plan”.

En esta carta inédita, el gran político e intelectual español, de cuya muerte en el exilio francés se cumplen hoy 80 años, plantea a su también amigo, el hispanista Camp, dudas sobre la calidad de las Memorias políticas y de guerra y al tiempo le felicita por la versión francesa de La velada en Benicarló que acaba de examinar. La califica de “excelente, fidelísima” e insiste en que la obra sea publicada antes que las memorias, en contra de la opinión de André Malraux, el editor de Gallimard. Azaña vive sus horas más amargas. Ha renunciado a la presidencia de la República el último día de febrero, después de que Francia y el Reino Unido reconocieran a Franco. Dolorido por la suerte de la aventura republicana, lejos de España, se centra en dar a conocer su obra literaria en francés.

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Manuel Azaña, en su mesa de trabajo, en una imagen sin datar.
Manuel Azaña, en su mesa de trabajo, en una imagen sin datar.

70 años después, otro hispanista, Gérard Malgat, halla la misiva en un sótano en el que la humedad había arrasado con parte de la biblioteca del traductor, fallecido en 1968. “Salvé lo que pude, pero no se sabe cuántos libros o documentos fueron destruidos”, se lamenta el investigador por teléfono. “La institución que debía hacerse cargo del legado no recogió el contenido y pasaron casi cuatro décadas de abandono hasta que su nieto me lo cedió”. El manuscrito estaba junto a otras dos cartas entre las hojas en un ejemplar de la edición francesa de La velada en Benicarló, una especie de conversación interna de Azaña sobre su idea de España encarnada en varios personajes. Fue escrita a los siete meses del inicio de la guerra, en el palacio de la Ciudadela de Barcelona, desde donde presidía precariamente la República. El pesimismo y la inutilidad de la contienda aparecen con claridad en sus páginas. Precisamente es el libro que Camp tradujo para Gallimard.

Las tres misivas fueron donadas en enero pasado a la Biblioteca Manuel Azaña del Instituto Cervantes de Toulouse, que alberga 1.400 libros y documentos sobre el exilio, entre ellos 200 dedicados al último presidente de la II República, fallecido a pocos kilómetros de allí, en Montauban. “Son los primeros manuscritos con los que cuenta la institución”, se entusiasma el bibliotecario, Javier Campillo, que lleva más de dos décadas atesorando la huella editorial del exilio español, cuyo centro es la capital occitana. “El director, Juan Pedro de Basterrechea, y yo las hemos recibido con mucho orgullo. Las cartas ilustran la relación con Camp y el proceso de edición de sus obras durante el exilio”.

Fragmento de una carta inédita de Azaña de enero de 1937 a su traductor Jean Camp. En ella, le agradece su interés por la situación de España, en plena guerra civil.
Fragmento de una carta inédita de Azaña de enero de 1937 a su traductor Jean Camp. En ella, le agradece su interés por la situación de España, en plena guerra civil.

Siguiendo un orden cronológico, el primer escrito está datado en Barcelona el 2 de enero de 1937 (aunque el autor ha anotado 1936). Azaña agradece a su correspondiente el interés por la suerte de España, embarcada en la contienda tras la asonada militar: “Estimo en mucho sus palabras afectuosas para mi país, que padece una prueba tan terrible”, escribe. “Enorme es el caso, pero confío en que los españoles seguirán estando a la altura de un inopinado destino”.

“Enorme es el caso, pero confío en que los españoles seguirán estando a la altura de un inopinado destino”
AZAÑA, SOBRE LA GUERRA

El presidente se felicita del próximo estreno de La corona en Bruselas. “No sabía yo que mi comedia fuera a correr ahora, en su vestidura francesa, la aventura de la escena. Les deseo un éxito dichoso y les agradezco, a usted y a Cassou [Jean, también traductor], el interés que se han tomado por esta obra, traduciéndola primero excelentemente y después haciéndola representar”. Después, tal y como recuerda el bibliotecario Campillo, Azaña, “el francófilo educado en la Sorbona, se muestra puntilloso” al censurar que sus traductores hubieran titulado la pieza en francés como Le pouvoir (El poder). “Es demasiado abstracto; no corresponde a la plasticidad poética de la obra. Ya no es tiempo de darles a entender las razones que tengo para pensar así”.

Fragmento de una carta inédita de Azaña dirigida a su traductor Jean Camp.
Fragmento de una carta inédita de Azaña dirigida a su traductor Jean Camp. INSTITUTO CERVANTES DE TOULOUSE

La segunda carta fue escrita el 7 de mayo de 1939, 10 días antes que la citada en el inicio de la información. Un Azaña en el exilio está pendiente de las traducciones de La velada en Benicarló y de Memorias políticas y de guerra y responde a su traductor sobre el primer libro: “Me parece muy acertada la indicación de usted: habrá que decirle al público qué es La Pobleta y dónde está Benicarló. Realmente, el situar mi diálogo en este lugar, no es arbitrariedad, ni pura invención. A medio camino de Barcelona a Valencia, mucha gente se detenía en el albergue de turismo instalado allí, a orilla del mar. Yo mismo, en mis viajes, he pasado allí algunas veces, y he tenido conversaciones importantes, aunque no las que se cuentan en el libro”. Benicarló fue su lugar de encuentro con el primer ministro Largo Caballero, dado que el Gobierno estaba asentado en la capital del Turia. Luego le indica su preferencia por publicar antes La velada que las memorias, pese a que el editor, André Malraux, cree que «las Memorias alcanzarán a un número de lectores mucho mayor, y beneficiarían comercialmente al otro libro. En tanto que, publicando antes el diálogo, que llegará a un menor número de gente, se produciría el fenómeno inverso», opinión que Azaña no comparte. Las memorias, sin embargo, no llegaron a publicarse.

La tercera carta es la fechada el 17 de mayo, que acompaña a la revisión de la edición francesa de La velada en Benicarló.

Jean Camp, también escritor y crítico literario, había conocido al dirigente republicano en Madrid en 1912, mientras daba clases en el colegio francés. “Se encontraron en el Ateneo, del que Azaña llegó a ser director”, dice el donante de las cartas, Gérard Malgat, estudioso de la vida del traductor y también de Max Aub, que fue quien en 1936 retoma la relación con él porque Camp, junto a Jean Cassou, adapta para la radio la obra de teatro La corona. “Entonces los autores deseaban que se emitiesen sus creaciones, dado que las ondas llegaban a donde no podían los libros”, asegura Malgat. La obra sale al aire en enero de 1937 en Radio France.

Dos años más tarde, Azaña y Camp se encuentran en París. “Ya no quiere saber nada de la política”, dice el hispanista, “y desea ver su obra editada en Francia”. El 6 de marzo, pocos días después de su renuncia como presidente de la República, firma con Gallimard la edición de tres obras, La velada en Benicarló, El jardín de los frailes y Memorias políticas y de guerra.

El traductor fue clave hasta los últimos días del expresidente. “Camp ayudó a liberar a su médico personal, el doctor Felipe Gómez-Pallete, del campo de concentración donde se hallaba para que pudiera ir a Montauban a atenderle”, relata Malgat. Dos semanas antes de su muerte, en octubre de 1940, Azaña le llamó para entregarle una novela casi terminada, Fresdeval. “Pasó tres días allí que nunca olvidó", dice, "con su amigo en tan mal estado. Pallete dormía en el pasillo, siempre atento al cuidado del paciente”. El doctor se suicidó días antes de la muerte del hombre que representó como nadie la II República.

Fuente

https://elpais.com/cultura/2020-11-02/las-dudas-del-azana-escritor.html


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